miércoles, 8 de agosto de 2007

Cuando el cuerpo dice basta






El otro día me di cuenta de la diferencia que existe entre nuestra mente y nuestro cuerpo. O lo que es lo mismo, nuestra vulnerabilidad física y nuestra resistencia psicológica.

“Mente in corpore sano” decía Juvenal. Siempre he creído que tenía razón. Debe haber un equilibrio entre el estado físico y el estado mental. Si dejamos que uno de los dos se atrofie el otro no funcionará al 100%.El deporte (con moderación) es algo sanísimo. Te hace sentir más activo y ágil, con fuerzas para encarar lo que venga. Del mismo modo hay que hacer funcionar las neuronas para mantener un estado óptimo. Sin embargo este lema, que para los romanos era un himno a la salud, se ha pervertido en una sociedad de consumo e hiperrealidad como la nuestra .Por un lado se ha convertido en un producto de consumo hasta llegar al punto en que el culto al cuerpo pasa a ser el pilar de muchos dejando de lado la importancia de cultivar la mente. Por el otro lado el grado de competitividad es exagerado a veces, algunos deportistas de élite llegan a drogarse para ganar, véase el escándalo del Tour de Francia.

Los gimnasios están llenos de “musculitos” y chicas con complejo de “Barbie” que se pasan el día machacándose para tener un cuerpo envidiable. Fuerzan su cuerpo al máximo hasta esculpir la silueta perfecta. Esto no tiene nada de espíritu deportivo. Incluso diría que podría ser enfermizo en algunos casos. Estoy acostumbrada a ver individuos que no llegan al 170 de altura deformados por su propia musculatura. Sacos de musculo con la chepa abultada, piernecitas ridículas en comparación con la anchura de su torso y poca movilidad en los brazos de lo hinchado que tienen el pectoral. Seguramente tal masa muscular se consigue tomando alguna sustancia que otra. Por suerte no son la mayoría aún.

Por otro lado están los deportes de competición: ciclismo, baloncesto, fútbol….A su manera también han perdido su espíritu deportivo. No hace falta extenderse al comentar el gran negocio en que se han convertido, especialmente el fútbol. Sí que me gustaría aludir al grado de extrema competitividad a la que se ha llegado en algunos casos. El deporte por equipos es intrínsecamente competitivo. Sin embargo en nuestra sociedad la competitividad se ha llevado al límite. Sólo vale ganar sea al precio que sea (dopándose, pagando un plus a un equipo para que se deje ganar, etc.). La mente del competidor dice que quiere ganar. Sin embargo el cuerpo no siempre responde, es entonces cuando recurren a las drogas y el sobresfuerzo para conseguir la potencia física de un Ganador.

Todo esto del espíritu competitivo y el sobresfuerzo físico me recuerda a cuando jugaba a baloncesto. La mayoría de veces me tocaba jugar el partido entero o tres de las 4 partes. Al final del partido estaba que ya no podía más pero sabía que tenía que seguir al pie del cañón recuperando rebotes para mi equipo. Cuando sonaba el silbato final una sensación contradictoria se apoderaba de mí. Por una parte estaba agotada y sedienta, como si hubiera atravesado un desierto a pie y sin provisiones. Pero por otro lado estaba infinitamente satisfecha porque habíamos hecho un buen partido. Cansada pero a gusto. Me gustaba esa sensación de sentir esa pequeña molestia en la musculatura después de haberla hecho trabajar al 200%. Era señal que había trabajado bien.

De alguna manera ese espíritu competitivo ha quedado en mí aunque haga tiempo que deje el baloncesto. En la cancha competía contra el equipo rival. En la sala de fitness competía contra mí misma sin darme cuenta. Llevaba dos años y medio llevando mi cuerpo al máximo, disfrutando con las piruetas que la Teniente O’nneil nos hace hacer en clase de steps, o de la descarga de adrenalina de las clases de body combat. Por no decir el cachondeo que se montaba en la clase de body pump. Con todas las preocupaciones que tenía en la cabeza estas clases me dejaban como nueva. Pero olvide un pequeño detalle. No escuche las señales que me mandaba mi cuerpo. Me sentía más cansada de lo normal pero pensé que era del estrés típico de la época de exámenes. Descanse un par de días y volví a las andadas. Fue entonces cuando mi rodilla dijo “basta!” . Empezó con un leve dolor después de entrenar que desaparecía al cabo de un rato. No le di importancia hasta que el dolor dejo de ser circunstancial y se negó a desaparecer. Después de un mes de dolor, antiinflamatorios y reposo obligado he aprendidito la lección. Hay veces que nuestra mente puede más que nuestro cuerpo. A partir de ahora me lo tomare con más calma. Echaré de menos las clases de la Tenniente O’nneil pero, visto de otra manera, las clases de estiramientos y la sala de maquinas son menos aburridas de lo que pensaba.